Reflexión sobre nuestro acompañamiento a Personas Sin Hogar en periodo de pandemia

La pandemia  nos ha obligado a darnos cuenta de lo fundamental que es tener un hogar donde protegernos, guarecernos no solo de las inclemencias del tiempo sino de las inclemencias sociales, descansar, pasar las horas, cuidarnos, recuperarnos de algún tipo de enfermedad..etc. Pues bien, las personas sin hogar, carecen de este auténtico derecho vital y que no se puede vulnerar que es un techo convertido en un hogar.

 

Además, si sumamos esa falta de hogar el hecho de que muchos de ellos son personas inmigrantes, que no tienen arraigo en España, que carecen de permiso de residencia y trabajo, y que se enfrentan con barreras idiomáticas, culturales, etc, vemos que la situación se hace especialmente dura. La calle siempre se torna brutal, y este año lo hemos visto más que nunca.

 

Doloroso ha sido ver -durante este tiempo- que un estado de alarma nos confinaba a todos por el bien común. Y no se nos puede olvidar que en este “bien común” para Cáritas los primeros son los últimos y son ellos los que más nos tienen que doler y los primeros que debemos cuidar, porque dice mucho de lo que somos la ciudadanía.

 

Las personas sin hogar inmigrantes se han enfrentado este año a lo que siempre se enfrentan y nos resulta ya característico de este colectivo: falta de techo-hogar, vagar de un lado para otro buscando recursos de primera necesidad mientras el tiempo se desdibuja, prevalencia de enfermedades crónicas, enfermedades mentales, adicciones y dependencias…. En el caso de inmigrantes “sin papeles” también miedo a que se les abra un expediente de expulsión tras tanta lucha por llegar aquí, falta de domicilio para acceder a un trabajo legar o formación reglada, problemas con el idioma que dificulta la comunicación y comprensión. Las mujeres, además, suelen verse abocadas a ejercer la prostitución, ya que no tienen otro medio para poder enviar “divisas a sus familias”, o porque son obligadas, lo que las hace un colectivo especialmente vulnerable y silenciado. Y también la soledad, el aislamiento y el autoaislamiento producido porque a lo largo del tiempo se van rompiendo todos los vínculos.

 

Si ya estas situaciones son extremadamente sangrantes, durante el 2020 se han acentuado en todos los aspectos porque se ha hecho más difícil acceder a ciertos recursos para ellos bien por estar cerrados por la pandemia o bien debido a cambios en la dinámica de acceso. Por ser, evidentemente, más vulnerables al Covid unido a una sensación de abandono como foco del contagio,  generando en ellos mucha intranquilidad, mucho decaimiento, mucha desmotivación para seguir adelante.  Es importante resaltar los nuevos sin hogarismos en personas inmigrantes que iban subsistiendo de una economía sumergida, de unos empleos precarios, et que les permitían tener un techo estable, un hogar, y que ahora lo perdieron todo y no tienen ya ningún ingreso, ni ERTES, ni prestaciones, ni nada….

Pero frente a toda esta adversidad hay que reseñar el esfuerzo por todas partes a fin de acoger, acompañar, servir, ayudar, tanto de las instituciones como de ciudadanos de a pie, como de las mismas personas que sufren esta lacra del “sin hogar”.

A nivel institucional las entidades han visto un reto para unirse más y coordinarse, poniendo a disposición sus recursos y uniendo el tercer sector con la administración pública para habilitar recursos, espacios y dispositivos médicos. Se ha tenido que flexibilizar la atención para ser más eficaz e inmediata, incluso desde la urgencia.

Desde las Cáritas Diocesanas nos hemos coordinado para servirnos de los servicios de unos y otros, colaborando para hacer un entorno vecinal comunitario más acogedor a estas personas.

 

Tenemos el reto –eso si- de no perder de vista el acompañamiento continuo con medidas de primera necesidad. El trabajar desde la prevención, evitando situaciones crónicas, y favoreciendo procesos. Y denunciar los mecanismos que generan exclusión y vulneración de derechos, participando de ellos como entidades.

 

Este cambio de perspectiva que ha supuesto la pandemia nos ha hecho poner el foco en trabajar más y mejor, en el cuidarnos de verdad y en construir espacios, tiempos, y atenciones dignas, revisándonos constantemente. Y –sobre todo-  escuchando. Escuchando lo que las personas sin hogar quieren. Nuestro trabajo es escuchar y poner sus vidas al frente, pues son ellos (y no nosotros) los que sienten ese frío de la calle en la piel cada día. Repensar y re-actuar como oportunidad para poner –una vez más- a la persona como centro con medidas a futuro concretas y reales, para construir proyectos con nombre y apellidos.